martes, 6 de septiembre de 2011

El odio es una fuerza tan poderosa como el amor.

Diario de un Skin

El odio es una fuerza tan poderosa como el amor.

Genera un fuego ardiente en el corazón que bombea la sangre hacia los músculos y hacia el cerebro con rabiosa energía. Da calor. Te hace más fuerte y feroz porque te obliga a despreciar tus miedos y también a tus semejantes.
Te convierte en un ciclón imparable, invencible, imprudente. Lo sé porque yo también sentí ese poder de la ira. Diario de un Skin
La ira, la rabia y el odio fortalecen al guerrero, lo hacen más duro e inmisericorde. Lo acercan a la victoria por encima
de sus adversarios. ¿Pero victoria sobre qué adversarios?, ¿sobre qué enemigos?, ¿en qué guerra?
Esa sensación de fuerza, de energía, de poder que otorga el odio a ese enemigo ficticio, tiene sólo una pega. Como todo combustible debe ser renovado periódicamente con frecuencia. La ira contra los inmigrantes, la rabia por el mestizaje, el odio a los judíos tienen que reafirmarse regularmente o de lo contrario caen en el olvido, menguan y desaparecen. Y ésa es la misión de los ideólogos. Renovar esa ira frecuentemente para conseguir que los soldados de asfalto, los matones gratuitos, los animadores incansables, los votantes sumisos, los consumidores generosos,
Continúen siendo fieles a la causa. Su causa, sea ésta una ambición política, un interés comercial o una vanidad personal.
Por eso, mientras no descubran que pueden existir al margen del grupo, que son individuos libres, que no necesitan al clan para sentirse realizados, que ya existían antes de afeitar sus cabezas y tatuar sus cuerpos, que no necesitan un líder que les diga lo que deben pensar; mientras no se enfrenten a sus propios miedos, continuarán siendo borregos que desean creerse lobos.
La guerra en las calles no existe. La guerra está dentro de ellos mismos; por debajo de sus cráneos rapados, en su mente. La única batalla real es la que tendrán que librar contra sus propios temores. Su miedo a no ser respetados.
Su temor a la soledad. Su pánico a no ser capaces de avanzar sin las muletas que ahora les sustentan. Su terror a perder el calor de los camaradas, del clan, de la manada. Paradójicamente, según su propio Führer, ésa es la última batalla que debía librar el verdadero guerrero ario. La batalla contra si mismo y contra su dependencia del grupo. «No debe olvidarse nunca que ninguna de las grandes hazañas de este mundo ha sido realizada jamás por coaliciones; tales cosas han sido invariablemente la obra del hombre individual» (Adolf Hitler, Mi lucha.).
Y cuando los skinheads reúnan el valor para convertirse en hombres individuales y se atrevan a abandonar su dependencia del clan, descubrirán que no necesitan odiar más para sentirse fuertes. Hitler dijo: «Sólo puedo combatir por lo que amo, amar sólo lo que respeto, y a lo sumo respetar sólo lo que conozco» (Mi lucha). Luego sólo podía
Combatir por lo que conocía... Pero más allá de lo que conocía el Führer, ahí afuera en el mundo real, hay miles de cosas por las que merece la pena luchar y que todavía no conocemos. Quizás merezca la pena descubrirlas, porque sin duda encontraremos alguna que merezca nuestro respeto y que por tanto podamos amar. Al final, resulta más divertido que pasarse la vida furioso, irascible y odiando... Por lo menos sonríes más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario