viernes, 25 de noviembre de 2011

Crítica BERNARDO BORKENZTAIN


SANGUINETTI A TRAVÉS DEL ESPEJO.

Sépalo ahora: Santiago Sanguinetti es el pequeño gran milagro del teatro uruguayo. Dramaturgo, actor, director, este paradigma de lo que modernamente se conoce como teatrista, está muy lejos de encontrar un techo.
No solamente ha ganado una cantidad de premios como dramaturgo y actor, sino que su primera puesta “Obscena” (co-creación dirigida por Gabriel Calderón) la realiza con 23 años. Inmediatamente Alberto “Coco” Rivero estrena su “Ararat” con el elenco de la Comedia Nacional, mientras participa en “Las Julietas”, de y por Marianella Morena y “Último piso del Hotel California”, primera colaboración con María Dodera.
A mediados de año, en su rol de director, guió al espectador a través de una odisea comunista en “Pogled” en la que dirige a Iván Solarich en su recorrido a través de la historia de su vida. Ahora dirigido él por María Dodera, retoma la faceta de dramaturgo y actor para presentar una de las propuestas más difíciles de lograr: encarnar a un skinhead y lograr igualmente la aceptación del pacto ficcional en un hecho teatral sin fisuras.
María Dodera fija el registro de la actuación de Sanguinetti en un tono bastante alejado del de sus trabajos actorales previos. Nos encontramos ante un personaje previsiblemente oscuro, nihilista, pero evitando finamente la tentación de reducirlo  a la caricatura o el estereotipo. Sanguinetti realiza un enorme desgaste físico a lo largo de  los 50 minutos de la obra, ya sea ilustrando los ejercicios gimnásticos que realizan los milicianos neo nazis, sino también actualizando la intensidad del conflicto y la pasión que convirtieron al “niño bueno” que lo acecha – y asusta- desde los espejos, obligándolo a romperlos, para no reconocerse.
El viaje de Beto – así se llama el personaje- está por concluir. Al sonar el celular deberá subirse a la camioneta negra que   como si cruzara la Estigia, lo llevará a su última misión: un asesinato en una embajada del que sabe que no va a volver. Mientras espera, relata cómo llegó hasta aquí. Beto no es una emergente de algo que ha salido mal en la sociedad. A diferencia de lo que cantara la murga Agarrate Catalina en su cuplé “La violencia”,  no es “el plan perfecto que ha salido mal”. Hijo de un militar, muerto cuando el él tenía 4 años, y de una madre que no duda en raparlo, encerrarlo y golpearlo por haber incurrido en la detestable costumbre judía del ahorro, Beto es la mera resultante de un odio, sistemática y primorosamente construida en su persona. Lejos de ser un ignorante es un muchacho capaz de escuchar a Wagner o Rammstein (que son sus favoritos) porque escucha “todo tipo de música” o de estudiar los discursos del Führer en su alemán original mientras se ejercita.
Beto es un filósofo. Conocedor como era previsible, de la obra de Karl Friedrich Nietzsche recita sus máximas para ilustrar el derecho de los fuertes a mandar, a someter, a aniquilar.
Es perfectamente capaz de explicar por qué  la pureza de la sangre es el bien mayor a preservar, y por lo que no solamente es correcto sino necesario erradicar homosexuales, judíos, negros y otros “pervertidos”. Sin embargo su impecable apología de la pureza, (él no come carne porque “los perros se hartan y se cansan pero no los caballos ni los elefantes”) choca con la narración de su violación por parte de una “pandilla de maricones”, de la que ninguno de sus camaradas fue capaz de salvarlo.
Ha cometido el peor de los pecados para un nihilista: va a sacrificarse por el bien general. Sus actos profanan el legado sagrado de los que murieron antes. Todo el miedo, todo el odio y toda la voluntad de conquista que tanto pondera en sus discursos, no ocultan que está a punto de caer en un execrable acto de altruismo: su vida por la lucha. La ética de Nietzsche entra en conflicto con la verdadera esencia de quien, en definitiva no es un héroe. Él solo no pudo enfrentarse a sus atacantes, él no es “La bella bestia rubia”, el Übermensch, capaz de alzarse sobre los despojos de un dios muerto y conquistar el mundo con la sola fuerza de su voluntad. Este punto aparece fuertemente en la gestualidad de Sanguinetti, que  mientras Beto enuncia sus más fuertes postulados nazis, mueve su cabeza en una negación casi tetánica.
Ha ocurrido algo terrible: su experiencia le ha enseñado el valor de la camaradería y la necesidad que tiene de su jauría. Por eso, porque sabe que no es verdad que “hayan ganado” por legarnos el miedo, porque a su modo sabe que debe morir para que la lucha siga, porque ama a sus camaradas, por todo eso  es que este anticristo enfrenta su Vía Crucis.  

                                                                                              BERNARDO BORKENZTAIN

“Nuremberg” de y por Santiago Sanguinetti. Dirección de María Dodera.
Teatro del Museo Torres García. Sábados a las 23.30 hs. Duración aproximada 50 minutos.

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